6.12.08

Ring, ring

Cuando tenía siete años, me dijeron que venías en camino, me dio “un poco lo mismo”, llegarías en octavo lugar en la casa de los abuelos, así que serías uno más en la lista. El vientre de mi tía crecía y entonces empecé a sentir curiosidad por ese bulto que se movía dejando ver su danza a través de las blusas holgadas de su madre. Fantaseaba con que eras niña, siendo los hombres mayoría (aún en una familia matriarcal) sentía la desventaja del 5-2, pues desde entonces Penélope, fiel a su nombre, ha sido toda dulzura, por lo tanto ella siempre estaba a salvo; no necesito decir cómo era yo: mi cuerpo es la prueba latente de que mi paso por la infancia fue todo menos tranquilo.

Llegó el día en que entraron contigo en brazos y te depositaron en el “moisés” por el que todos pasamos, tus inmensos ojos se posaron en los míos, atisbando a mi incredulidad y desde entonces supe que eres alguien diferente al resto. No superior, no inferior… simplemente estás hecho de otro material.

Llegaste a contagiarnos con tu ritmo y a imponer tus pasos. Llegaste repartiendo carcajadas. Llegaste y nos enseñaste la danza al cielo y la mordida a lo inimaginable. Uniste a mis papás y por eso te admiré más.


Has ido y venido, bajaste, subiste y ahora estamos en el mismo sitio. No juntos, sin embargo lo estamos. Contigo tengo ligas más que sanguíneas y aunque me siento orgullosa de que escogiéramos la misma familia para aterrizar, me siento más feliz sabiendo que existes y que contigo puedo conversar. Tus comentarios hilarantes me ponen en jaque frecuentemente y tus ocurrencias son el ingrediente perfecto para la cena, sobre todo la navideña (con todo y cambio de residencia). Ya estás allá, ya casi llego y no necesito decirte la ilusión que me hace. Ponte las pilas y reúne, te delego la tarea por este año.

No hay comentarios:

Bajo tu amparo

Empiezo a acostumbrarme a ti. Empiezo a amar esos pliegues, esos que cada vez van ganando más terreno en tu cara, esos que van haci...