Casi siempre que me dispongo a dormir, desfilan por mi cabeza mis familiares: los vivos, los muertos, los de sangre, los adquiridos, los presentes, los ausentes, los conocidos, los platicados. Recuerdo variopintas historias, pero la mayor parte del tiempo acude una imagen a mi mente. Esta fue creada por mi imaginación, pero no de motu proprio, sino por las ocurrencias de mi abuelo.
Mi abuelo, José Francisco Cosme Damián (Quico), con una personalidad tan compleja como su nombre, siempre fue -y estoy segura que de alguna manera sigue siendo- un espíritu travieso. Cuando nací, mis abuelos maternos ya estaban separados (no divorciados, pues el divorcio era “inaceptable”). Mi abuela Amparo (mi Bolis) se fue a vivir a la ciudad (Hermosillo) y mi abuelo Quico se quedó en “El Álamo”, su rancho. Él, a pesar de ser un hombre muy querido y carismático, procuraba la soledad. Y la procuraba de diversas maneras: desde ahuyentar a la gente a punta de carrilla, hasta cantárselas por la derecha y correrlos del rancho. Los trabajadores en “El Álamo” eran prácticamente eventuales. Creo que mi abuelo, como casi toda su familia, amaba la soledad.
Y es la soledad de mi abuelo la que me llevó a dibujar -en mi cabeza- la imagen de la que hablo. Cada vez que íbamos al rancho me regresaba con un nudo en la garganta y otro en el estómago; no soportaba la idea de que mi abuelo se quedara solo, en medio de la “nada”, sin más compañía que los animales y el fuego. Al despedirnos siempre era la misma historia: él gastando bromas y yo tratando de convencerle para que se fuera con nosotros en el carro. Pero nunca accedió, argumentaba que no debía moverse de su tierra, entonces yo le preguntaba que si no le daba miedo quedarse solo, y él respondía:
- No, porque cuando me acuesto, rezo, cruzo las piernas y estiro un poco los brazos.
Entonces emulaba a Cristo crucificado, colgando un poco la cabeza de lado. A mí no me aliviaba del todo su respuesta, pero era un paliativo.
El paliativo aún me alcanza. Cuando estoy acostada y empieza el “desfile familiar”, acude mi abuelo emulando al Cristo de la cruz, acostado en su cama y no puedo evitar sonreír y agradecerle por su soledad y la mía.
4 comentarios:
LA FORMA EN QUE LO DESCRIBES ES TAL CUAL ERA, TE FELICITO POR ESE PENSAMIENTO TAN HERMOSO, Y SI, DONDE QUIERA Q ESTE A DE ANDAR HACIENDO Y DICIENDO SUS OCURRENCIAS...
Gracias, Pleplé. Afortunadamente no tuvimos el típico "abuelito", no?
ahora lo comprendo todo...sigue asi mi Martuchis, que lo que se hereda no se hurta y es el mejor homenaje a su soledad!
:) besos, muuuuchos, mi Goga!!!!
Publicar un comentario