Nos dirigimos a Hermosillo, mi papá conduce, mi mamá va de copiloto y yo tengo todo el asiento trasero para mí sola; me coloco atrás del asiento de mi papá y pego la cara a la ventana, tratando de contar las líneas blancas que se suceden en la carretera de dos carriles; me canso y me ubico en el otro extremo, entonces pretendo contar los “fantasmas” que aparecen a la orilla de la carretera.
En el estéreo mis papás tienen “su música”, pero a mis cuatro años eso no me incomoda pues “su música” es la mía (a falta de parámetros). Empieza a oscurecer y me empiezo a adormecer, mi papá se da cuenta y apaga “su música” un momento y me canta:
“Esta casa la compro sin fortuna,
esta casa la compro con amor,
pa' que juegue mi niña con la luna,
pa' que juegue Marthita con el sol.
Yo le quiero dejar lo que no tuve,
yo la quiero mirar poco a poco crecer
y alcanzar una nube...
-en ese momento, mi papá toca el techo del coche con la yema de los dedos-
...yo quisiera que Dios, que Dios la arrullara
y un mañana distinto, y un distinto mañana
también a mí me deparara…
Duérmete mi niña, duérmete ya.”
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