En el salón de clases Emma era la niña que nos acusaba a todas. Para hacer cualquier cosa fuera del orden, había antes que estar seguras de que Emma no rondaba. Creo que todas admirábamos secretamente su cabello: parecía hecho de trigo. Algo que no le perdonábamos es que no la obligaban a hacer deporte o ensayar las poesías corales a pleno rayo del sol, para nosotras sus dolores de cabeza eran el pretexto perfecto para librarse de esas odiosas obligaciones.
Encima de todo en cuarto año se ausentó la maestra titular, la Madre María Auxiliadora a quien adorábamos; nos asignaron de manera provisional a dos pasantes de profesoras: la alegre Carmelita y la insufrible Dulce… ésta era tía de Emma, así que fue un tormento chino para todas: si la madre María Auxiliadora no prestaba atención a los acusaciones de Emma, que en honor a la verdad eran fundadas, Dulce estaba incondicionalmente de su lado y no dudaba un segundo para soltar una perorata que salía en torrente de su boca, muchas de las ocasiones seguidas de algún castigo, de tal suerte que la mayor parte del tiempo las palabras “castigo” y “Emma” iban de la mano.
En esos años nuestros rostros tenían la redondez de los cachorros, el de Emma no era la excepción, pero era una niña indiscutiblemente bella, a pesar de las enormes gafas que, desde tiempo inmemorable para nosotras, llevaba. Era una alumna aplicada, sin embargo no destacaba por sus calificaciones, más bien tendían a ser bajas, aunque no lo suficientes para reprobar.
Estábamos a finales de quinto de primaria cuando el pupitre de Emma quedó vacío; al principio no la echamos de menos, nos dijeron que estaba enferma y no nos alarmamos. A esa edad las enfermedades carecen de importancia, creo que ninguna de nosotras había estado en contacto directo con una enfermedad grave, por lo que no vislumbramos peligro para Emma.
Cuando pasó más de una semana y no regresaba, entró por la puerta la Madre Elisa, quien nos daba religión y nos explicó que a Emma le habían hecho unos estudios y que habían encontrado algo extraño dentro de su cabeza, se llamaba tumor. Y agregó:
- Es tan pequeño como un frijol, así que los doctores se lo quitarán, hay que hacer oración por ella. Muy pronto vendrá de nuevo a la escuela.
Todas nos preguntábamos cómo le haría para pasar de año, pues el ciclo escolar casi concluía. Recuerdo que Margarita, prima de Emma que también estaba en el salón comentó:
- Dicen que con la operación Emma va a tener mejores calificaciones porque va a poder aprender más. Eso que tiene en la cabeza no la deja estudiar bien. ¡Imagínate que nos operen y seamos más inteligentes!
Todas estábamos conformes con la explicación de la Madre Elisa e incluso al terminar el año y ver que Emma no presentaba los exámenes nos dijeron que pasaría de año promediando sus calificaciones o algo así.
Sucedió que en las vacaciones de verano operaron a una de mis tías, cuando fuimos a visitarla al hospital me dijeron que ahí estaba internada Emma, que si quería pasar a saludarla, accedí. Era prácticamente vecina de mi tía, así que fui a encontrarla pero en el pasillo, justo antes de llegar a su cuarto, me topé con una niña en silla de ruedas. Era una niña hinchada por la cortisona. Era Emma sin su cabello y sin sus anteojos. Era Emma con su sonrisa. Le dio gusto verme y yo no pude sentir lo mismo, no entendía cómo alguien de mi edad estaba ahí, así. De cualquier manera platicamos mucho, le conté los pormenores del fin de año, de cómo nos dijeron que iba a volver al salón y de la suerte que tenía porque no presentaría los exámenes. Poco a poco dejé de ver deformidad en su rostro y fue emergiendo una niña más bella que reía más que antes. Nos despedimos, muy a mi pesar y estoy segura que también el de ella.
Llegó septiembre, mes del cumpleaños de Emma, la Madre Josefina, maestra de sexto, nos dijo que iríamos a cantarle “las mañanitas”, que ya estaba en su casa recuperándose y nos explicó que le habían cortado el cabello para poder operarla y que estaba algo inflamada por las medicinas. Subimos al camión del colegio, muy entusiasmadas como siempre que salíamos del edificio, ensayando lo que íbamos a cantar. Llegamos a su casa y en la sala nos recibieron ella y su mamá con un enorme pastel y tazas de chocolate caliente. Entiendo que hay quienes hasta la fecha guardan la impresión de ver a Emma en esa ocasión: Tan vulnerable, tan delicada, tan atenta, tan amable. El regreso al colegio transcurrió de manera totalmente opuesta, el dolor de cada una se hacía latente, se respiraba algo denso y nadie quería hacer ningún comentario.
Esa tarde celebraron a Emma en casa de su abuela María. Fue una fiesta a lo grande: hubo piñata, eso lo veíamos como algo para más pequeños, pero nos divertimos mucho; también estuvieron “Los Perros Humanos”. Emma departió poco en la fiesta, pasó más tiempo en una de las recámaras que daban al patio porque aunque estaba en la silla de ruedas, se cansaba con facilidad.
Cuando vino mi mamá para recogerme hice todo lo posible por prolongar la despedida, pero llegó el momento en que ya no valieron los argumentos y tuve que decir adiós a Emma. Jamás, hasta la fecha, he tenido la sensación que tuve al subirme al carro: en cuanto me senté se me escaparon las lágrimas y sentía que si lloraba más iba a desembarazarme de algo, pero lo único que lograba era sentir cada vez más y más tristeza. Veía el rostro preocupado de mi mamá y no sabía qué decirle. Angustia es una palabra que aprendemos a manejar con el transcurso del tiempo, pero que definitivamente la sentimos desde los primeros años. Llegamos a casa y fui a hundir la cabeza en mi sillón, no había lugar para el consuelo, llorando me quedé dormida.
Después de eso no volví a ver a Emma, hasta su funeral. Recuerdo estar acostada boca abajo en el piso de mi cuarto pintando algo, cuando timbra el teléfono y mi mamá dice: ¿Cuándo falleció?
6 comentarios:
qué relato. gracias
Una verdadera delicia, sin dejar a un lado que aun siento las ganas de llorar abotagadas—despues de haberme recuperado.
Ay Marthita, con tu relato me hiciste recordar situaciones que tenia olvidadas en alguna parte de la mente, y mas debido a que fue nuestro primer contacto con la muerte y mas con alguien tan cercano como nuestra companera, nuestra amiga Emma, quien en estos tiempos tendria nuestra edad y muy seguramente su propia familia, pero por disposiciones de Dios Nuestro Senor esta junto a El en un lugar mucho mejor que este. Descansa en Paz Emma, te recordamos con carino. Gracias Marthita por tan lindo relato.
Marianto, gracias por tu paciencia, tus ojos, tus oídos... no tengo idea qué haría sin tenerte, por lo menos, del otro lado del monitor. Ya muy pronto estaremos de frente en donde siempre, no sabes la ilusión que me hace.
Reinita, un honor compartir contigo el sendero... me encanta nuestra complicidad.
Maru, han sido tantas experiencias que nos han tocado vivir juntas, una de ellas esta. El ciclo de Emma fue breve, pero en su corta existencia su huella es más fuerte que muchas. Nos lamentamos de lo que le pasó, pero lo paradójico es que poco hacemos por procurar a las que quedamos... por lo menos en mi caso. Espero que en breve se arme algo!
Martha, apenas hoy voy leyendo hilos dorados. Yo no conoci a Emma, no se quien era.. pero eso hace mayor el merito de lo que me transmitiste. Que lindo escribes, que sensible eres. Gracias por invitarme! un abrazo.
Gracias por tus palabras Olga, significan mucho para mí...
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