Había una Niña a la que le encantaban los animales: tenía
perro, gato, tortugas, conejos. La Niña iba al kinder en un colegio de monjas,
de esos en los que se habla de religión una hora sí y la otra también; además,
la mamá de la Niña daba catecismo para Primera Comunión, de lunes a viernes en
una Iglesia a la que a veces la Niña la acompañaba.
Cuando la Niña tenía 4 años, la Iglesia en la que daba
clases su mamá organizó una kermés y la Niña decidió participar en la tómbola,
y fue la más feliz porque se ganó, nada más y nada menos que: UN POLLITO.
La Niña del Pollito le hizo una casita a su nuevo amigo: una
caja de zapatos con área para descanso y otra área reservada para alimento. La
Niña del Pollito jugaba con él todo el tiempo; al irse por las mañanas a la escuela
se despedía de él y al regresar corría a saludarlo. Un día la Niña del Pollito
despertó y fue a darle los buenos días a su amigo, pero él no reaccionaba, estaba inmóvil, frío, duro… la Niña del Pollito corrió con su mamá para que le ayudara
a despertarlo, pero ella le explicó que el Pollito estaba muerto. No cupo
consuelo en la Niña del Pollito, no podía entender qué pasaba cuando alguien
moría.
La Niña del Pollito se fue a la escuela con un peso muy
grande en el corazón, no reía. La monja que les daba “Religión” les estuvo
hablando del cielo, les dijo que era el lugar al que se iban las almas cuando su
cuerpo no podía seguir viviendo; les platicó que el alma es inmortal. La Niña
del Pollito le preguntó a la monja si los perritos, los gatitos y los pollitos
también iban al cielo, la monja le contestó que sí, que había un cielo para
perritos, otro para gatitos, otro para pollitos, y así… había un cielo para cada
uno de los animales. La Niña del Pollito alcanzó a esbozar una sonrisa, pero
seguía triste, pues su amigo ya no estaría más con ella.
Cuando la Niña del Pollito regresó a su casa, su mamá le
dijo que su amigo tendría que ser enterrado, por lo que lo colocaron en la que
había sido su casita por un par de semanas y con todo el ceremonial digno del
gran Pollito que fue, le dieron formal sepultura, la Niña del Pollito rompió en
llanto y así pasó un par de días. Al tercer día, la mamá de la Niña del Pollito
regresaba de la calle y vio a su hija a lo lejos con una sonrisa de oreja a
oreja, no había un asomo de tristeza en su mirada, volvía a ser la misma; la
Niña del Pollito corrió a su encuentro y le dijo:
- El Pollito está enterrado, mi’jita.
- Sí, ya sé, pero vamos a sacarlo del hoyo.
- ¿Para qué?
- Pues para crucificarlo; así podrá resucitar, como Jesús.
2 comentarios:
Quizá si a la Niña del Pollito le hubiesen explicado lo que es la vida sin necesidad de artificios, la resolución al dilema para aceptar tal cual es (un pasaje), la muerte de su animalito podría haber sido menos traumática.
... quizá; eso nunca lo sabremos. Lo que es un hecho, es que quienes educaron a la Niña, lo hicieron con los mejores elementos con los que contaban.
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