30.4.15

La Niña del Pollito


Había una Niña a la que le encantaban los animales: tenía perro, gato, tortugas, conejos. La Niña iba al kinder en un colegio de monjas, de esos en los que se habla de religión una hora sí y la otra también; además, la mamá de la Niña daba catecismo para Primera Comunión, de lunes a viernes en una Iglesia a la que a veces la Niña la acompañaba.

Cuando la Niña tenía 4 años, la Iglesia en la que daba clases su mamá organizó una kermés y la Niña decidió participar en la tómbola, y fue la más feliz porque se ganó, nada más y nada menos que: UN POLLITO.

La Niña del Pollito le hizo una casita a su nuevo amigo: una caja de zapatos con área para descanso y otra área reservada para alimento. La Niña del Pollito jugaba con él todo el tiempo; al irse por las mañanas a la escuela se despedía de él y al regresar corría a saludarlo. Un día la Niña del Pollito despertó y fue a darle los buenos días a su amigo, pero él no reaccionaba, estaba inmóvil, frío, duro… la Niña del Pollito corrió con su mamá para que le ayudara a despertarlo, pero ella le explicó que el Pollito estaba muerto. No cupo consuelo en la Niña del Pollito, no podía entender qué pasaba cuando alguien moría.

La Niña del Pollito se fue a la escuela con un peso muy grande en el corazón, no reía. La monja que les daba “Religión” les estuvo hablando del cielo, les dijo que era el lugar al que se iban las almas cuando su cuerpo no podía seguir viviendo; les platicó que el alma es inmortal. La Niña del Pollito le preguntó a la monja si los perritos, los gatitos y los pollitos también iban al cielo, la monja le contestó que sí, que había un cielo para perritos, otro para gatitos, otro para pollitos, y así… había un cielo para cada uno de los animales. La Niña del Pollito alcanzó a esbozar una sonrisa, pero seguía triste, pues su amigo ya no estaría más con ella.

Cuando la Niña del Pollito regresó a su casa, su mamá le dijo que su amigo tendría que ser enterrado, por lo que lo colocaron en la que había sido su casita por un par de semanas y con todo el ceremonial digno del gran Pollito que fue, le dieron formal sepultura, la Niña del Pollito rompió en llanto y así pasó un par de días. Al tercer día, la mamá de la Niña del Pollito regresaba de la calle y vio a su hija a lo lejos con una sonrisa de oreja a oreja, no había un asomo de tristeza en su mirada, volvía a ser la misma; la Niña del Pollito corrió a su encuentro y le dijo:

-        Mamá, ya sé qué vamos a hacer con mi Pollito.
-          El Pollito está enterrado, mi’jita.
-          Sí, ya sé, pero vamos a sacarlo del hoyo.
-          ¿Para qué?
-          Pues para crucificarlo; así podrá resucitar, como Jesús.


Después de muchos años, la Niña del Pollito sigue sin entender por qué su idea no pareció tan buena a los demás.



2 comentarios:

Rogelio dijo...

Quizá si a la Niña del Pollito le hubiesen explicado lo que es la vida sin necesidad de artificios, la resolución al dilema para aceptar tal cual es (un pasaje), la muerte de su animalito podría haber sido menos traumática.

Martha Germán dijo...

... quizá; eso nunca lo sabremos. Lo que es un hecho, es que quienes educaron a la Niña, lo hicieron con los mejores elementos con los que contaban.

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